«Las empresas inteligentes necesitan conocer las reglas del lenguaje para enviar mensajes efectivos que despierten interés en los consumidores»
Olga Mesa Jorge, asesora editorial. CulturaliaS
Nos gusta leer el periódico, pero de algunos ya no nos interesan ni los titulares, y no porque sigan una línea de pensamiento diferente a la nuestra, sino porque son infumables.
Ponemos todo el empeño en comprender la verborrea legal de las notificaciones de la Administración, pero después de leer una y otra vez la carta certificada, seguimos preguntándonos ¿Qué querrá decir esto de…?
A los artículos de los diarios infumables les falte estilo, les falte eso que a veces llamamos el «alma» del texto. Se quedan en una superficie de oraciones alambicadas, de lenguaje sobrecargado, que no cuida ni la forma ni el contenido. Para rellenar, envuelven la noticia con tanta paja que a mitad de camino abandonamos sin habernos enterado de nada. En síntesis, escriben mal.
Escribir bien es como vestirse de forma adecuada según la actividad, las personas y el entorno en el que vamos a estar. Escribir mal es como ir maloliente al trabajo, con la ropa sucia a una cita amorosa o embadurnado de colonias y perfumes diferentes dentro de un ascensor.
La Administración pública pretende mantener una imagen tan formal y seria en su relación con los ciudadanos, que se comunica con ellos como lo haría un mastodonte. Confunde la forma correcta con la enigmática. De estructuras pesadas y palabras casi en desuso, muchas veces resulta tan confuso el texto, que tenemos que sentarnos a leer en voz alta a ver si con mayor concentración logramos descifrar el contenido. Pues si en estos momentos alguien tiene que enviar un mensaje claro a la población, la Administración está en los primeros puestos de la lista. ¿El problema? Que escriben mal.
La comunicación administrativa y corporativa no siempre muestra el interés suficiente por conectar con sus usuarios. Incluso resultan aburridos y crean desafección en el ciudadano o en sus clientes, a los que aleja del producto que pretenden venderle. No hay calidad en la comunicación ni respeto por el lector.
Las empresas inteligentes saben lo perjudicial que es transmitir su mensaje de forma ambigua, incorrecta o artificiosa, sobre todo cuando no se es un maestro del artificio. Emplean gran parte de sus ingresos en publicidad, llena de mensajes con connotaciones, que esperan que su público descifre con el simple recurso de la intuición. Para eso, necesitan tener un avanzado dominio de los procesos que imperan en la lengua. Necesitan conocer las reglas para saber de qué manera podrían romperlas.
Cada día hablamos mucho de forma escrita. Gran parte de lo que escribimos contiene características de la lengua oral porque está diseñado para la comunicación inmediata, pero esta forma instantánea no es tan permisiva con los errores como la comunicación oral primaria, que nos da la oportunidad de modificar y corregir lo dicho sobre la marcha y enderezar el error.
Esta modalidad de oralidad escrita queda patente, impresa, no dispone de la propiedad evanescente de la señal física del habla, y por eso metemos mucho la pata. Aún así, tampoco resulta tan grave. La comunicación en ese estadio conversacional también es instantánea y natural, por lo que se espera de ella y se le permite, lo mismo que se esperaría de una conversación cotidiana. Tampoco significa que no debamos demostrar habilidad comunicativa y conocimiento del idioma. Para ello, como todo en la vida… practicar, leer, practicar, estudiar, practicar.
- Un asesor lingüístico en cada Administración y en la redacción de cada diario sería una buena solución. Alguien que les ayude a mejorar y a utilizar los recursos lingüísticos.
- Consultar con uno cuando vamos a lanzar nuestro mensaje al mundo, tampoco está de más. Por supuesto, sin olvidar que la especialización se paga.
La corrección y la asesoría lingüística es una especialización que requiere esfuerzo, tiempo y dinero, además de disponer de estudios universitarios previos. Saber hablar un idioma no nos habilita para enseñarlo ni nos capacita como escritores, periodistas, comunicadores, publicistas… el asesor editorial, entre otras cosas, ayuda a todos los profesionales de la comunicación y la edición, para que el mensaje, el texto, la obra, que va a ser lanzada al mundo, lo haga en las mejores condiciones. Por eso, si un abogado cobra por su asesoramiento a un cliente o el profesor tienes sus tarifas para el alumno particular, un asesor lingüístico, un corrector editorial, también.