Pocos argumentos hay —y mucho menos lingüísticos— detrás de esa defensa que algunos hacen de determinada modalidad dialectal del español, en detrimento del resto. Una postura etnocéntrica mal disimulada, que se alimenta de la discriminación regional, social y de la condición económica de esas otras zonas, y no del estudio científico de la lengua.
El pedigrí lingüístico no existe, y por otro lado, si existiera sería un enfermo famélico al que nadie querría parecerse.
Olga Mesa, asesora editorial
En muchas ocasiones, nuestro alumnado nos ha preguntado por esta misma cuestión: «¿español o castellano?», y siempre hemos sido concluyentes en nuestra respuesta. Sin embargo, la controversia sigue despertando pasiones, no siempre motivadas por el interés lingüístico.
Esto es lo que dice la Real Academia Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua española (ASALE), a través de su Diccionario panhispánico de dudas:
ESPAÑOL. Para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América, y que también se habla como propia en otras partes del mundo, son válidos los términos castellano y español. La polémica sobre cuál de estas denominaciones resulta más apropiada está hoy superada. El término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad, ya que se refiere de modo unívoco a la lengua que hablan hoy cerca de seiscientos millones de personas.
Asimismo, es la denominación que se utiliza internacionalmente (Spanish, espagnol, Spanisch, spagnolo, etc.). Aun siendo también sinónimo de español, resulta preferible reservar el término castellano para referirse al dialecto románico nacido en el Reino de Castilla durante la Edad Media, o al dialecto del español que se habla actualmente en esta región. En España, se usa asimismo el nombre castellano cuando se alude a la lengua común del Estado EN RELACIÓN con las otras lenguas cooficiales en sus respectivos territorios autónomos, como el catalán, el gallego o el vasco.
Nos preguntamos si no habrá una disimulada postura etnocéntrica tras la defensa de una modalidad concreta respecto a las demás, un convencimiento alimentado más de la discriminación regional y social que de la lingüística, o un razonamiento basado en la condición económica de los hablantes de ciertas zonas con respecto a otras… Prejuicios todos.
Del mismo modo que «hablar bien español» no significa pronunciar de una forma determinada —es más, «hablar bien» lo relacionamos con el lenguaje instruido, con la utilización rica del léxico, incluso con cierta maestría retórica y como no, con la habilidad para expresarse según las normas sociales—, tampoco hablamos mejor o peor por ser de un sitio o de otro. El pedigrí lingüístico no existe, y por otro lado, si existiera sería un enfermo famélico al que nadie querría parecerse.
El idioma español no es patrimonio de ningún país —mucho menos de una pequeña región en un pequeño país—, pertenece a seiscientos millones de hispanohablantes en el mundo. Tampoco en la península ibérica existe un solo idioma: el catalán, el gallego y el euskera son idiomas completos e independientes, cada uno con su gramática, eso sí, idiomas «hermanos» del español y también entre sí, ya que proceden del mismo tronco lingüístico, el latín (menos el euskera), y que a su vez, están conformados por variedades dialectales, como le sucede al español, más o menos cercanas a la variedad estandarizada.
Solo la lengua tiene respuesta para hablar de sí misma. Tratar de entenderla requiere, al menos, acercarse a ella desnudos de cualquier otra pasión que le sea ajena.