Olga Mesa
Esta mañana me encontré con una antigua compañera del colegio a la que hacía más de veinte años que no había vuelto a ver. Desde que nos saludamos, sentí la misma antipatía por ella que cuando éramos niñas. Procuré que el encuentro fuera breve, sobre todo por el temor a que descubriera ese insólito rechazo, incomprensible hasta para mí. El recuerdo de la infancia me ofreció una respuesta.
Aquella niña había sido hasta la adolescencia —momento en el que nos perdimos la pista—, una persona quejica, que lloriqueaba por todo. Había repetido algún curso y tenía uno o dos años más que yo, por eso, que una chica mayor gimoteara sin orgullo frente a la monja que nos daba clase, después de que la pillaran in fraganti, me había producido una aversión que seguía vigente.
Antonio Núñez, en su libro ¡Será mejor que lo cuentes!, dice que «narrar es más persuasivo que argumentar o razonar». De nada le hubiera servido a Sherezade suplicar clemencia por su vida ante el sultán Shariar, pero sí contarle historias y relatos impactantes. Tampoco le valió a esta alumna lamentarse a moco tendido ante la monja que había decidido su castigo, pero una actitud audaz, habría marcado la diferencia, al menos frente a su mundo más inmediato: las compañeras del colegio.
El sentido no debe imponerse, se deja entrever a medida que el protagonista toma una decisión y atraviesa el conflicto.
El sentido del relato
Afrontar las consecuencias, aun injustas y desproporcionadas —como solían ser los castigos en los colegios religiosos—, hubiera dotado de sentido sus actos. Todas nos hubiéramos puesto de su lado, y la imagen infantil habría pasado a ser la de una joven rebelde que, bajo su simple apariencia, escondía el relato de su vida. Esos sentimientos también perduran en el tiempo, como los que nos deja una buena historia.
Steve Jobs, el fundador de Apple, detalló en su célebre discurso ante los graduados de la Universidad de Stanford, momentos muy difíciles de su vida, pero con ello no pretendía obtener la compasión de sus oyentes, sino transmitir la verdad a la que había llegado tras comprender que toda esa experiencia fue el resultado de perseguir sus sueños, algo que daba sentido a su vida. Esa es la idea del «sentido del relato» de la que habla Núñez en su libro, y que no debe imponerse a los lectores u oyentes, sino que a través de los acontecimientos y de la relación entre ellos, puede extraerse. Me parece esencial tener esto claro desde el momento en que decidimos contar una historia: ¿cuál es el sentido?
Hay relatos que nos ofrecen diversas interpretaciones con sentidos variados —por lo general, uno prevalece sobre el resto—, pero lo importante es que entendamos de qué se está hablando; que lo abstracto no nuble lo concreto, para que las divagaciones no terminen llevándonos a ninguna parte. Pero tampoco que el camino de lo concreto se convirtiera en un callejón vacío y sin salida.
Lo concreto y lo abstracto tienen que complementarse.
La puerta y la libertad
La historia real de mi compañera abriendo la gaveta del despacho de la directora (por simple curiosidad infantil y no por desafiar las normas, que habría sido distinto) es algo concreto; su llanto ruidoso a los trece años también es concreto. La imagen que proyectaba continuamente ante sus compañeras, inmadura y perezosa, y los sentimientos que despertó, al menos en mí, forma parte de lo abstracto. La reflexión sobre su comportamiento, la trascendencia que habría tenido otra actitud ante el conflicto también forma parte de lo conceptual, que no se puede definir con objetos físicos. Es como la puerta y la libertad, la primera nos ayuda a comprender el sentido de la segunda, a darle una forma concreta a esa abstracción.
Atravesando la incertidumbre
Las personas no somos héroes, al contrario, estamos tan expuestos al sufrimiento que nos volvemos especialistas en esquivarlo. Por eso, cuando un personaje se enfrenta al conflicto, aun conociendo sus defectos y limitaciones, es una revelación. No importa si sale victorioso o no del trance, lo asombroso es ver cómo da el paso. Y a medida que camina, atravesando la incertidumbre, nos transformamos con él. Desde nuestra zona de confort lo vemos cruzar el profundo valle y nos conmovemos ante su empeño por conservar el oxígeno, mientras sostiene la mirada fija en la superficie.
Para transmitir ese poderoso mensaje, el protagonista que atraviesa el conflicto lo hace por algo, con un sentido: conservar la vida, en el caso de Sherezade, o perseguir sus sueños, según lo fue para Steve Jobs. Alcanzar la misteriosa madurez podría haber sido el sentido que impulsara a mi compañera de clase, un valor que habría dado también sentido a nuestras vidas recientes, como una brújula que nadie nos puso en el camino, pero que, al encontrarla, guardamos en el bolsillo porque comprendemos su valor.
El mensaje de nuestro relato debe prevalecer desde su construcción y debe mantenerse hasta el final, evitando sesgos de interpretación personal ni explicaciones morales para no ofender la inteligencia del lector con paternalismos.
Al final, logramos contar una historia que habla de nosotros, pero que implica al oyente o al lector y lo hace reflexionar.
La propia historia
Tras escuchar la fantástica conferencia del director de cine Andrew Stanton, en la que despliega su habilidad narrativa y conocimiento de las técnicas del Storytelling, concluí que con el relato es posible conectar de forma natural la historia propia, el conflicto vital y los datos más técnicos de nuestra formación. Al final, logramos contar una historia que habla de nosotros, pero que implica al oyente o al lector y lo hace reflexionar.
«La narración es (…) saber que todo lo que uno dice, desde la primera a la última frase, conduce a una meta y, a ser posible, confirma alguna verdad que profundiza nuestra comprensión de lo que somos como humanos», dice Stanton. Él no solo comunica quién es, sino que comparte su conocimiento y lo transmite a quienes le escuchan.
Comparto con él la idea de que es mejor crear a partir de lo que uno sabe, y que aunque eso no siempre signifique lograr un argumento, sí se captura la verdad de nuestra experiencia, lo que permite transmitir y expresar nuestros valores.
Así entiendo yo también esto de contar historias o de practicar Storytelling: en el fondo es iluminar de la mejor manera una idea para que brille con luz propia en la mente de los lectores.