• Amanda Roig •
Existen libros que trascienden lo literario. Ya sea por sus historias o el entresijo de sus recursos, con ellos nos planteamos cuestiones sobre nuestra propia naturaleza y el sentido de toda existencia.
A través de la historia de la literatura, los escritores se han servido de los más variados procedimientos para plasmar sus ideas. Estos recursos, repetidos y renovados continuamente, son los denominados tópicos literarios o topoi. El término hace referencia al «lugar común», por tratarse de expresiones o conceptos que ya forman parte del repertorio colectivo. Tuvieron su origen en la literatura grecolatina y hasta la fecha se han mantenido vivos con pequeñas variaciones.
Amor constante más allá de la muerte
Muchos de esos tópicos han sido popularizados a través de la propia literatura y del cine. Quién no recuerda el tópico del carpe diem de El club de los poetas muertos, ese que nos presentaba lo efímero de toda existencia y la necesidad de aprovechar cada instante. Y quién no recuerda el famoso soneto de Quevedo Amor constante más allá de la muerte, que el actor Juan Echanove recita de manera magistral, y que, si bien no contradice al primero, ancla sus esperanzas en la trascendencia universal del sentimiento.
Quevedo utilizó el tópico del amor post mortem como aquel capaz de trascender la propia vida física. A lo largo de la historia de la literatura este tema universal ha servido para expresar un sentimiento profundo, que no desaparecería ni al final de nuestra existencia terrenal.
Tópicos siempre renovados
Diversos autores han querido inmortalizar sus sentimientos y conferirles una trascendencia que abarcara un espacio más allá de las propias palabras. Bécquer reflejó esta idea en su poema Amor eterno, Shakespeare en su Soneto 116, Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos del cólera, y así un sinfín de escritores de todos los tiempos.
Desde Propercio hasta la actualidad localizamos este tópico reflejado en poemas, novelas, relatos, en la música y en el séptimo arte. Un ejemplo actual es la novela El atlas de las nubes, de David Mitchell. Un libro que fue llevado al cine con el mismo título (Cloud Atlas) por Tom Tykwer y las hermanas Wachowski. No obtuvo, sin embargo, el éxito ni la repercusión deseada, pese al elenco de actores que lo protagonizaban: Tom Hanks, Halle Berry, Jim Broadbent, Hugo Weaving o Jim Sturgess, entre otros.
En la trama del libro se entrelazan diversas historias que abarcan mundos y épocas distintas, en las que sus personajes se encuentran, una y otra vez, unidos por un sentimiento que trasciende cualquier barrera. De nuevo, los tópicos aparecen una vez más renovados.
Trascender este mundo
El tiempo, por tanto, se nos presenta como una sucesión infinita de vidas y posibilidades por las que transitamos con otros, aquellos que, pese a la muerte física, amaremos por y para siempre. Esta idea de infinitud, en la que todos formamos parte de algo complejo y mayor que nosotros mismos, la refleja fantásticamente el autor en una de las frases más emblemáticas del libro:
¡Y cuando exhales el último suspiro, solo entonces, te darás cuenta de que tu vida no ha sido más que una minúscula gota en un océano infinito!
Y sin embargo, ¿qué es un océano sino una multitud de gotas?
Todos queremos que una parte de quienes amamos y de nosotros mismos trascienda esta vida y sea llevada a algún lugar en la que podamos reunirnos de nuevo. Ese sentimiento tan compasivo y hermoso refleja nuestro deseo de trascender este mundo junto al otro. Y, tal vez así, obtener las respuestas a las eternas preguntas que la Humanidad se ha planteado desde el principio de los tiempos.