• Olga Mesa •
La etimología y otros animales
La etimología de las palabras y su historia lingüística determinan los usos masculinos y femeninos. Esta afirmación sin más ofrece claves, pero no da respuesta a los interrogantes actuales. ¿Cómo nombrar la realidad de otra forma? ¿Cómo se resisten o transforman las palabras? ¿Por qué no basta con las acepciones del diccionario? ¿Cómo influye la ideología en él? ¿Es el diccionario también una creación ideológica? ¿Es lo mismo el género de las palabras que el género en las palabras?
Las respuestas se van generando en el debate, según la necesidad comunicativa de la sociedad. Y es que somos los hablantes los que decidimos los cambios, los que determinamos qué opciones tendrán éxito y cuáles no.
Esos cambios son lentísimos, y no los impone nadie más que el tiempo y la comunidad de hablantes.
Admisible no es lo mismo que recomendable
No es tanto una cuestión de lenguaje inclusivo, sino de comunicarnos de acuerdo a nuestras necesidades, según la realidad que nos afecta.
Hace décadas que las mujeres ocupamos cargos y ejercemos profesiones que antes solo ocupaban los hombres. Esta realidad se ha impuesto de manera rápida y sólida, por eso hemos necesitado destacarla y señalarla.
Así, pues, el término ‘juez’ es admisible, desde el punto de vista lingüístico, para designar los dos géneros —por ser un sustantivo epiceno—, pero en la actualidad no es recomendable. Con el tiempo ha surgido la necesidad de indicar el hecho de que era una mujer la que presidía el tribunal, dirigía la empresa, diseñaba los planos o pilotaba el avión.
Esa necesidad se extendió a una gran mayoría de hablantes; por eso, en el lenguaje culto lo habitual es utilizar ‘jueza’, y no «la juez»; ‘presidenta’, y no «la presidente».
Cuando azafato era solo azafata
Pero ¿por qué sostienen algunas personas que esa misma evolución no se ha producido a la inversa, o en otros terrenos? ¿Por qué ‘jirafa’ no tiene ‘jirafo’ en el diccionario de la lengua española? Tal vez por las siguientes razones:
- Quizá la más importante es porque nadie lo ha necesitado, o al menos, no una gran parte de la sociedad como para que se generalice su uso, ni siquiera para que surja el debate.
- Ni la Biología ni otras disciplinas, estudios, profesiones o sectores sociales han precisado —hasta ahora— de ese masculino, y por tanto, no se ha creado.
- Por otro lado, la discusión sobre el género no proviene de los términos femeninos sin correlación masculina, sino al contrario: procede de los términos masculinos que podrían tener una correspondencia femenina y no la tienen.
¿Por qué ocurre eso? Estamos seguras de que los motivos son variados. Pero pensemos en la polémica que surgió en su momento cuando comenzaron a imponerse términos como ‘jueza’, ‘clienta’, ‘pilota’, ‘fiscala’… aún quedan brasas candentes.
Sin embargo, cuando los hombres se incorporaron a las profesiones históricamente ejercidas por mujeres, no ocurrió nada, no hubo polémica, porque el debate no surge en ese sentido. Hay una mayor comprensión. Del femenino al masculino el paso se da casi de forma natural.
A nadie se le ocurre llamar azafata al señor que reparte las bebidas dentro del avión; pero hay quien considera ‘normal’ llamar presidente a una mujer.
Y no solo existen azafatos, sino también cajeros de supermercado, amos de casa, enfermeros, cocineros, costureros, etc., sin que haya corrido un río de tinta.
Lo que chirría no son palabras
Además del debate, también se ha despertado la confusión. A muchas personas les sigue chirriando escuchar ‘fiscala’, por ejemplo, y consideran su uso una aberración, pero el caso es que ese término tiene su historia, aunque solo fuera para referirse a la mujer del fiscal. Es posible que esta última acepción también chirríe, pero la cuestión está en que no se trata de un término nuevo. Lo único novedoso —por suerte, cada vez menos— es nombrar así a una mujer que está al frente de la Fiscalía General del Estado.
Por otro lado, en algunos países hispanoamericanos la palabra ‘fiscala’ es común, y debemos recordar que el idioma español es patrimonio de quinientos millones de hispanohablantes nativos, dispersos por el mundo.
La importancia del jirafo
Y es que el terreno preferido del lenguaje inclusivo es el de los oficios, las profesiones, la descripción de aquello a lo que nos dedicamos o somos. Otros seres vivos no han requerido aún ese debate, no está ahí la discusión ahora mismo, y tal vez por eso no hayamos llegado a ‘jirafo’.
Pero si en algún momento alguien necesitara designar a las jirafas macho de otra manera —y su justificación adquiriera relevancia hasta el punto de involucrar a una parte importante de la sociedad—, puede que cuaje, que evolucione, y que con el tiempo se asiente el término masculino.
Tendrá que lucharlo, pero tal vez no se encuentre con una oposición tan férrea como la que han encontrado otros términos femeninos. Si al final sirve para comunicar mejor, para eliminar ambigüedades y designar con mayor precisión la realidad de los hablantes, le espera un lugar en nuestra conciencia lingüística, y por tanto, también en el diccionario de la lengua española.
La importancia de la rinoceronta
Volviendo a rinoceronta, parece que la RAE justifica su inclusión, entre otros motivos, porque así aparece en la literatura infantil; pero el término femenino ya se observa en las Obras completas de Agustín de Foxá, publicadas en 1976.
Como podemos ver, ni tan nuevo ni tan raro. Incluso ha aparecido en los medios no hace mucho: «Muere Fausta, la rinoceronta más longeva del mundo» (RTVE, 2019), y ha sido título para poemarios y cuentos.
La Literatura como aliada de la Lengua
La Literatura siempre ha abierto lúcidos caminos a la Lengua, y le ha permitido florecer con el conocimiento. En ese sentido, la literatura infantil sabe mucho, y presenta a una rinoceronta con la misma naturalidad que presenta a Chelito, el jirafo bicolor, de Paulina Jaramillo Valdivieso.
Casi sin darnos cuenta
Es evidente que el debate está donde está, y seremos nosotros los que tomaremos las decisiones sobre qué términos o expresiones medrarán y cuáles se quedarán en el intento.
Todos los miembros de esta gran comunidad hispana decidiremos cómo será el futuro de nuestra lengua, y lo haremos casi sin darnos cuenta.