Olga Mesa
Solotildistas y antisolotildistas
Hace poco, algunos periódicos importantes de tirada nacional daban a conocer un supuesto cambio de postura de la RAE respecto a la acentuación ortográfica de palabras como el adverbio «solo». “El difícil arte de aclarar confundiendo”, como dijo alguien en las redes sociales en respuesta a uno de esos artículos.
Sorprende que algo tan banal como una tilde —salvo para quienes nos ganamos la vida con la escritura, que en cada lapsus calami nos exponemos al vituperio— despertara tanto alboroto. Pero sorprende más que los periodistas hayan informado tan mal sobre un asunto sencillo de verificar, mostrando falta de profesionalidad o, lo que es peor, un inmoral interés por crear desconcierto.
A pesar del ruido no ha pasado nada. Alguien interesado filtró el chisme de que la RAE admitía un error después de trece años y se montó el revuelo. Tiene su lógica, teniendo en cuenta que la Real Academia Española es una institución con más de trescientos años, fundada bajo el reinado de Felipe V y que sigue desprendiendo ese tufillo regio y autoritario generador de rechazo.
La oportunidad de ver cómo se disculpaba reconociendo un error nos producía cierto placer, pero ese no es motivo suficiente para insistir en una tilde innecesaria, como tampoco lo es la nostálgica frase: «así ha sido siempre y así aprendí yo a escribir». Tampoco vale la queja de que sin esa tilde diacrítica todo resulta más ambiguo, porque el contexto y la lengua tienen recursos suficientes para resolver la anfibología.
Está bien seguirle el rollo a un escritor que la defiende como si le fuera la vida en ello, pero como argumento no pesa mucho, más bien, nada. Los enamorados de la poesía de Juan Ramón Jiménez o la literatura de Gabriel García Márquez entendemos sus posturas ante el texto literario, y celebramos su desobediencia ortográfica, pero somos conscientes de que no escribimos desde ese parnaso artístico, donde es lícito adoptar una pose y ser reconocida por ello.
Desde 1959 la Academia no pone la tilde en «solo», porque considera que los casos de ambigüedad son raros, rebuscados y pueden resolverse con el contexto.
Cuando lo intrascendente es injusto
Por insistir, la RAE no rectifica ni cambia de opinión respecto a lo dicho en la Ortografía (2010), con relación al uso de tilde en el adverbio «solo» y en los pronombres demostrativos, aunque la disputa le haya venido bien a algunos medios para tomar el pulso a la sociedad, cada vez más dispuesta a formar parte de un bando y a ponerse en contra de otro; cada vez menos preparada para argumentar y sí para dar «su opinión». (Sobra decir que me declaro del bando antisolotildista).
La historia no tiene mayor trascendencia, pero es curioso comprobar que de los cuarenta y seis miembros de número de la Real Academia Española, ninguno de los que están a favor de la tilde son lingüistas, entre ellos: Pérez-Reverte, Mario Vargas Llosa, Soledad Puértolas, Muñoz Molina, Carmen Iglesias, J.M. Merino, Luis Mateo Díez. Todos grandes en lo suyo, pero lingüistas no son.
Y, por cierto, un lingüista es un científico.
Y como digo, el asunto no tiene mayor trascendencia, salvo para esa opositora de secundaria a la que le bajaron la nota por faltas ortográficas en el examen, debido a que no puso tilde a «solo» ni a los pronombres demostrativos. La persona que corrigió su examen, además de equivocada, estaba desfasada.
Insisto en que no tiene importancia, pero los niños de mi época —no digo ya los de épocas anteriores, en plena dictadura— veíamos como la profe o el maestro nos ponía una marca roja en los deberes, indicando que habíamos cometido una falta ortográfica, lo que en muchas ocasiones nos costaba la nota o un castigo, a pesar de que desde 1959 la Academia no pone la tilde en «solo», porque considera que los casos de ambigüedad son raros, rebuscados y pueden resolverse con el contexto.
Por lo tanto, la ocurrencia de que «solo» se escribiera sin tilde no es un invento de las 23 academias de la lengua (ASALE), reunidas en México en 2010, aunque sí fue a partir de ese momento cuando decidieron, de forma unánime y contundente, «prescindir de la tilde incluso en casos de ambigüedad». Por lo tanto, «la recomendación general es la de no tildar nunca estas palabras».
Bisílaba, llana y terminada en vocal
La palabra «solo», sea adverbio o adjetivo, no se tilda porque es bisílaba, llana, y terminada en vocal —además de tónica, cualidad relevante frente a otras palabras con tilde diacrítica—. Esa es la norma ortográfica y hasta la fecha no hay nada mejor, lo que no significa que no pueda haberla en el futuro.
Por tanto, entre lo que dice la vigente ORAE (Ortografía de la Real Academia) del 2010 y lo acordado en votación el 2 de marzo pasado no hay cambios, así lo ha expresado la Academia.
El novedoso detalle está en que, a partir de ahora, si creemos que hay riesgo de ambigüedad y no encontramos forma lingüística de resolverla, podemos emplear la tilde sin que eso suponga una falta ortográfica.
Esa tilde diacrítica siempre fue una excepción a la regla, por lo tanto, limitar su uso es lo más lógico. No tenemos la misma deferencia con otras muchas palabras en idéntica situación. Por ejemplo, en la oración «el jugador jugó sucio», ¿qué queremos decir? ¿que tuvo un mal comportamiento o que no se había aseado? Escribamos entonces «súcio» con tilde para que nadie se confunda. Estaremos de acuerdo en que no es necesario.
Cuando hablamos, sabemos explicar si el café me lo tomé sin leche o sin compañía (o las dos cosas), y nuestro interlocutor lo comprende, no sufre ningún vahído.
Simplificar la ortografía no implica expresarse peor, tal vez nos motiva a precisar el mensaje a través de un vocabulario más rico y una sintaxis más acertada.