«Escribir bien es una necesidad comunicativa de primer orden».
Olga Mesa Jorge, asesora editorial. Culturalias
¿Qué significa «escribir bien»? La respuesta admite variantes de distinto grado según a quién se le aplique. Se considera que un alumno de instituto «escribe bien» si no comete faltas de ortografía, mantiene la coherencia en la expresión, transmite con claridad el contenido y demuestra cierto manejo del léxico. A un periodista no solo se le exigen estas cuestiones de orden lingüístico, sino que se da por hecho que sobre ellas redacta y prepara sus artículos, que las domina al dedillo y que son herramientas indispensables en su trabajo, junto al cuidado del estilo y de otras cuestiones inherentes a la profesión.
Un escritor de novela, dedicado a la escritura creativa, también debe cumplir con los requisitos que se le exigen al estudiante y al periodista, pero además, necesita demostrar su originalidad y la propiedad con la que maneja el lenguaje. Le define su capacidad para crear una historia, diseñar una trama y el perfil de los personajes que participan en ella. Todo esto a través de un lenguaje seductor que convenza a sus lectores.
Por la presente y sin otro particular: las fórmulas utilizadas hasta ahora pueden estar desfasadas.
«Escribir bien» no es pasarse con las florituras. Lo mejor es evitar las palabras rimbombantes y vacías que no aclaren nada. Estamos de acuerdo en que la comunicación escrita ha cambiado mucho en estos últimos años y que las fórmulas utilizadas hasta ahora pueden estar desfasadas. Lo de «Muy señor mío», «Por la presente…», «Sin otro particular…», además de otras expresiones y frases estereotipadas, ya están en desuso. No todas han desaparecido, pero sí que se han perfeccionado para cumplir con su misión: transmitir el mensaje de forma eficaz, ajustando la comprensión de su contenido con sencillez.
Libres ya de tanto adorno
De la carta tradicional al correo electrónico, al SMS, al WhatsApp, al Messenger, a Twitter, Facebook y más redes sociales, grupos de conversación o salas virtuales con chat y videoconferencia. La comunicación escrita dispone ya de muchos de los elementos propios de la comunicación oral debido a la retroacción o feedback que alimenta la actividad entre el emisor y el receptor. A pesar de que la escritura aún conserva un grado de formalidad mayor que el de la comunicación oral (no en todos los casos), ya que nos permite corregir, revisar y leer antes de enviar el mensaje, es evidente que hemos flexibilizado el lenguaje en los textos, libres ya de tanto adorno. Ahora el protagonista es la idea, el núcleo de la información, desde donde parte el contexto comunicativo escrito.
Escribo esta carta para escribirle una carta
Si antes era posible encontrarnos con una frase de este tipo: Le suplicamos, de la manera más atenta, que tenga a bien hacernos entrega de los formularios en tiempo y forma…
Ahora, lo habitual es Le agradecemos que nos entregue los formularios antes de la fecha prevista…
En una carta comercial, como en otras comunicaciones escritas no solo del mundo empresarial, ya no es posible utilizar aquellas fórmulas imprecisas: A su debido tiempo… En fecha reciente… en un futuro próximo…
Determinar la fecha, la hora y cualquier otro dato que ofrezca valor al mensaje es lo que permite que la comunicación sea eficaz.
Empezar una carta diciendo que estamos escribiendo una carta resulta redundante, y si encima explicamos que lo hacemos para comunicar algo, tenemos doblete, pero no es raro encontrarlo en un correo:
Estimado Sr.:
Le escribo esta carta para comunicarle que hemos comprobado que sus datos figuran en nuestra base…
Estaríamos diciendo lo mismo pero tal vez de forma más clara si eliminamos lo obvio y vamos al meollo de la cuestión:
Estimado Sr. Gómez:
Hemos comprobado que sus datos figuran en nuestra base…
Amar la escritura como un arte y no solo como una herramienta es un amor para toda la vida
Malabaristas del discurso
Los textos periodísticos y literarios no se salvan de estas redundancias y frases estereotipadas, pero al lector le resultan incómodas porque no le reportan datos de interés ni le sirven para sustentar o embellecer lo que le sugiere el texto.
A veces, más que frases llegan a ser páginas enteras, en las que hay que detenerse —escalpelo en mano— para diseccionar cada párrafo en busca de la verdadera esencia.
En un mundo en el que todo lo que pasa lo cuentan miles de personas al mismo tiempo por diversos medios y desde tan distintos puntos de vista, o somos unos perspicaces malabaristas del lenguaje, capaces de escribir decenas de páginas para contar lo que otro dice en un párrafo y aún así, mantener la atención y el gusto del lector, o practicamos más, escribiendo mucho (publicando menos), para mejorar con el tiempo nuestras habilidades comunicativas. Por suerte, amar la escritura como un arte y no solo como una herramienta es un amor para toda la vida que se perfecciona con el tiempo y aumenta con la convivencia.
Pero «escribir bien», así, entre comillas y, además, entre comillas españolas o latinas («-»), cuyo uso se recomienda en primera instancia, es una aseveración difícil de calibrar una vez que ya se han superado todos los filtros de calidad ortotipográfica y de estilo, así como los propios del género en los que se enmarca el texto y los que correspondan al medio de trasmisión. A partir de ahí el trabajo para determinar si un texto cumple con los estándares de lo que es «mejor o peor» según los parámetros establecidos en ese momento para medir la «belleza» literaria, corresponde a los críticos, a los profesores y a los lectores entendidos.
Cuando te recomiendan un libro
En más de una ocasión seguro que hemos oído eso de «Léete este libro que te recomiendo, está muy bien escrito, es muy bueno». Tal vez un profesional de la corrección editorial se atrevería a valorar lo de «bien escrito», y un lector o escritor veterano lo de «muy bueno», pero tanto una cosa como la otra requiere de algo más que hábito lector y una argumentada explicación.
Obras que en el pasado fueron despreciadas por las editoriales luego resultaron ser grandes obras literarias, pero no nos engañemos, esos casos fueron excepciones, que ocurra lo contrario es lo habitual.
Muchos títulos, pocos lectores y calidades para dar y regalar
Según la Federación de Gremios de Editores de España, la publicación de libros durante el 2015 fue de 73.144, escasamente un 1% más que el año anterior, aunque una gran parte de esos nuevos títulos puede no llegue ni al año de vida en nuestras librerías y no solo por la discreción con la que se lee en este país.
«Escribir bien», y con ello nos referimos a controlar las faltas ortográficas, a redactar con respeto por la sintaxis, ordenar las ideas para ensamblar bien las frases y cuidar las formas de expresión, es una necesidad comunicativa de primer orden.
Todo lo que escribimos y la forma en la que lo escribimos delata nuestra personalidad, no tanto como la comunicación oral lo hace, pero en un grado lo suficientemente importante como para hacernos perder una oportunidad de trabajo u ofrecer una mala imagen de nuestra formación o nivel cultural. No escribir bien nos puede invalidar para ciertas profesiones que tal vez nos atraen, incluso puede que nuestro mensaje sea malinterpretado y se vuelva en nuestra contra.
La necesaria figura del corrector
Ser un gran escritor o comunicador es otra cosa, y eso de que escriban bien se da por hecho, aunque para ello utilicen los servicios de las asesorías lingüísticas, algo lógico si tenemos en cuenta su alto número de publicaciones. Lo mismo se espera de las editoriales, que cuenten con los expertos en la corrección textual, porque eso indica hasta donde respetan a sus lectores y clientes. Los gazapos en los diarios, en los libros y hasta en los tuits de los que consideramos los comunicadores de nuestra sociedad, no se disculpan con tanta facilidad.